Todas las diosas 

A todas, hay que traerles. 

Mirarles desde donde se dejen, 

Para que sientan confianza. 

Y vuelvan. 

Inunden con su presencia, esta era de hilar templanza.

Verlas,

esperar su susurro, esa voz casi apagada. 

Revivir la hoguera buena, nuestra llama. Solo esa. 

Todas las diosas significan. 

A todas hay que resignificarlas. 

Volver a contar su historia bajo la luz de esta luz. 

Nuestra luz. 

Ellas iluminadas por nosotras.

Ilustradas nosotras por ellas. 

Esta columna es para Ostara. 

Deidad nórdica de la primavera, 

la eterna natividad de todo, 

conejos entre sus brazos 

ramas y mariposas en su cabello 

cuervos, búhos, zorros, zarzas, camelias. 

Piernas fuertes, pasos fértiles. 

Ostara preciosa, con su ojo dragón. 

Descalza, anda y baila como pocas. 

Sobre copas y raíces. 

Entre sombras y retoños.

Ostara, diosa de vida,

de todo lo que renace, 

de esta fuerza que reverdece. 

Ostara sonriente. 

Diosa que sostiene un huevo

que lo otorga. Te lo da. 

Porque de todo, siempre fue primero el germen

antes que cualquier gallina. 

Ostara dadora de aliento.

Ánimo dulce y sereno. 

Aliento fresco y febril. 

Grandiosa diosa con la que quiero bailar 

e invitarte a danzar. 

Mañana hasta la mañana. 

Y si pisamos las uvas, que nos signifiquen ríos.

Nunca más sed. 

Ostara de mi corazón 

en días grises y secos 

recuérdame que de la humedad venimos 

Y que en humedad regresaremos. 

Agua y fuego 

Danza y cuerpo

Llama que llama 

Ostara de tu corazón, 

y la que no me lo adivine 

Cate y cacle cacle sin ton ni son 

Complicidad de rocío 

que a carcajadas hemos de recobrar 

su energía y su sabio manto

toda memoria borrada.

Aire que pasa por mi casa 

Ovario universal la tierra 

Traerlas a todas, todas.

Bordar la memoria ancestra, 

desempolvar esta liturgia antigua.

El jardín de las diosas verdes, 

las sin nombre, las nombradas, 

la posibilidad de la semilla. 

Nuestra unicidad. 

Y eternas sernos. 

Eternas hacerlas. 

Aquí, en esta nueva 

y restauradora nueva primavera 

de las mujeres jacaranda. 

Ana Valderrama