La primera visita al gine: así NO debe ser

Por: Mariana Herrera
La primera visita al ginecólogo/a es un asunto grande; y no hablo de las cuestiones económicas que implica acudir a un médico particular si es que se tiene la oportunidad; me refiero al ritual, el proceso de dejar ver a alguien más una parte de tu cuerpo que muchas veces ni tu misma conoces con claridad.
Personalmente, las visitas al médico siempre me han parecido intimidantes; estoy acostumbrada a tratar con señorones de treinta o cincuenta años, demasiado ocupados para preguntarte “¿Cómo estás?” y que saltan directamente a preguntarte cuántos años tienes y qué es lo que tienes (con un tono de carrera en la voz, porque las otras 10 consultas están afuera esperando).
Sin embargo, a pesar de experiencias previas con médicos generales, esperaba que esta vez fuera diferente, la consulta con un ginecólogo se siente como un asunto más personal, mas íntimo.
Tengo 22 años y es la primera vez que me aventuro al consultorio sola, toda mi vida me he visto acompañada por la presencia de mi madre en la silla de al lado, pero esta vez decidí que fuera diferente, decidí que era hora de enfrentarme a esta experiencia por mi cuenta.
En mi mente esta primera consulta la imaginaba como una clase de anatomía; un lugar donde la doctora, al enterarse que era mi primera vez en una consulta ginecológica, se iba a tomar el tiempo y la paciencia para explicarme paso a paso cómo íbamos a proceder, qué zonas de mi cuerpo íbamos a observar a través de la Colposcopía y que podía esperar de mi análisis del Papanicolaou, sin embargo, me lleve una sorpresa poco agradable; la misma rutina que había repetido con otros médicos años atrás, un machote de preguntas rutinarias pronunciadas en un tono monótono e irritable: ¿Nombre? ¿Fecha de nacimiento? ¿Cuándo comenzaste a menstruar? ¿Fecha de la última menstruación? ¿Cuántas parejas sexuales has tenido?
Para este momento ya me sentía como una molestia, como un nombre en una larga lista que había que despachar rápido y cobrar completo. Tímidamente le comenté que era mi primera visita ginecológica y que estaba nerviosa, pero eso no pareció provocar ningún grado de empatía en ella; me pidió que pasara al baño a quitarme la ropa y envolverme en la bata.
El proceso de la Colposcopía y el Papanicolaou son experiencias que cada mujer vive de manera distinta, así que no me detendré a explicar las sensaciones de la misma. Para aquellas que no estén familiarizadas con alguno o ninguno de ellos, la Colposcopía es un proceso mediante el cual los/las médicos pueden examinar detenidamente el cuello uterino, la vagina y la vulva de la mujer, con un instrumento llamado colposcopío. Por su parte, la prueba del Papanicolaou es un examen que puede ayudar a prevenir o detectar el cáncer de cuello uterino.
Al finalizar estos dos procesos y tras una breve y corta explicación de lo que estaba sucediendo, me detuve a preguntarle a la Doctora algunas cosas respecto a mi salud, como mi leve sospecha de padecer endometriosis, me contestó rápidamente que necesitaba hacerme un ultrasonido para saber qué era lo que me sucedía.
Traté de preguntarle sobre el diagnóstico que me dio y aquello que me había recetado como tratamiento, pero me sentí cohibida ante su falta de contacto visual y su tono neutral, que preferí irme antes de sentirme más como una molestia.
En menos de 15 minutos ya estaba fuera, y el rostro de mi mamá me indicó que eso no era precisamente normal para ella. Dejé el consultorio sintiéndome invadida e incómoda con mi cuerpo, con un nudo en la garganta y confusión en la cabeza.
No estoy segura de que mi experiencia cuente como violencia ginecológica, después de todo la Doctora en ningún momento me toco de manera inadecuada, me lastimó durante el proceso o hizo algún comentario indebido acerca de mi sexualidad o vida sexual, sin embargo, la indiferencia y distancia con la que me trató, hizo a mi cuerpo sentir que sí había sido víctima de violencia.
El propósito de este artículo (que raya mucho en una crónica combinada con una columna de opinión, y por lo cual mis maestros de periodismo probablemente están irritados) no es asustarles o decirles que nunca vayan a realizarse un chequeo ginecológico; al contrario, conocer nuestro cuerpo, procurarlo y cuidarlo es el mayor acto de resistencia en el primer territorio que nos toca habitar: nosotras.
Bien escribe Diana J. Torres en su libro Coño potens, que a las mujeres nos obligan a vivir en un desierto informativo respecto a nuestro sexo y todo lo que se relacione con ello, nos han obligado a existir en una cultura en donde todas sus posibles representaciones están mudas frente a lo que pasa en el cuerpo de las mujeres, y cuando estamos ante especialistas de la salud que no pueden ver mas allá de un resultado de laboratorio y el precio de su siguiente consulta, nos encontramos aún más solas para resolver esas dudas.
Vivimos en un país que a pesar de haber sido considerado pionero en América Latina por incluir temas de educación sexual en los niveles de educación básica (1974), sigue siendo un país donde se estima 357 millones de personas contraen: clamidiasis, gonorrea, sífilis y tricomoniasis.
Un país al que le urgen estrategias en materia de educación sexual que no estén contaminadas por creencias personales o moralistas; lugares seguros donde las y los niños puedan expresar sus dudas y preocupaciones sin temor a ser censurados por lo que sale de su boca.
Escribo esto desde el dolor y la furia, para invitar a todas y todos aquellos que ejerzan la labor de la medicina a sensibilizarse con sus pacientes; estamos bien conscientes de que los años y horas que pasan formándose para convertirse en los sanadores del cuerpo son valiosos y que su trabajo para la sociedad es un bien común que debe de agradecerse, pero si su saber y su conocimiento no viene acompañado de empatía y un mínimo de decencia humana, creo que deberían de cuestionarse porque se embarcaron diez, quince o veinte años en una carrera que implica en su esencia, tratar con seres humanos.
Idealmente, de acuerdo con diversas páginas medicas, como Cenyt, la primera visita al ginecólogo debería de hacerse antes o después de la primera menstruación (alrededor de los 11-15 años) con el propósito de conseguir información por ambas partes; el médico para abrir el historial de la nueva paciente (operaciones, alergias, medicamentos, vacunas, etc.) y la paciente para aclarar todas las dudas sobre su cuerpo que puedan surgirle.
En esta primera cita la paciente experimentará una revisión médica normal; medir, pesar y comprobar su presión arterial. Seguida de preguntas sobre su historia clínica, así como datos sumamente personales sobre su salud menstrual y sexual. Si el medico lo considera necesario, se propone un examen ginecológico, que dependerá de si la paciente ha tenido relaciones sexuales y de su consentimiento para hacerlo.
Si bien esta primera interacción médica puede realizar un poco incómoda por todas las preguntas de carácter íntimo, lo más importante durante todo el proceso es que te sientas cómoda y en confianza de poder solventar todas tus dudas con tu doctor, y que él/ella se encuentre en la mejor disposición de responder tus preguntas y guiarte paso a paso en este momento importante para tu salud y tu cuerpo.
La primera visita al ginecólogo es algo grande, y debe ser tratada como la experiencia que es, tanto por nosotras, en el cuerpo que habitamos, como a quienes les damos la confianza de guiarnos por la salud de nuestro propio hogar.
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Me agrada que se den los espacios para hablar de estos temas !
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